En un pueblo, vivía un joven llamado Augusto.

A él no le gustaba leer o siquiera abrir un libro. Él era un estudiante perezoso y se comportaba mal.

Augusto se robaba la plata de su mamá para comprar dulces. Incluso cuando ella lo escondía, el lo encontraba y lo tomaba.

Después de comerse todos los dulces, Augusto salía a jugar con sus amigos.

Después de un tiempo, Augusto dejó de ir al colegio. En vez de ir a estudiar, se quedaba jugando todo el día y solo regresaba a su casa en la tarde.

La abuela de Augusto noto esto y se preocupo.

"Nuestro hijo no se está portando bien. Yo creo que él no está atendiendo el colegio. También creo que me esta robando dinero," dijo la mamá de Augusto.

El papá de Augusto le dijo a su esposa: "A la próxima, esconde el dinero en las páginas de un libro. Él nunca abre un libro, entonces el dinero estará seguro ahí."

Al día siguiente, Augusto busco el dinero de su mamá. Buscó por todos lados pero no pudo encontrar nada.

Decidió ir al mercado más cercano para encontrar un poco de dinero.

Su papá vio donde Augusto estaba yendo.

"Hijo mío, yo sé porqué quieres ir al mercado. Más bien regresa y mira entre los libros por el dinero," dijo.

Augusto estaba confundido, pero fue a buscar entre los libros.

Encontró el dinero que su mamá había escondido.

Al día siguiente, volvió a buscar entre los libros. Pero esta vez no encontró nada.

Fue a preguntarle a su papá ¿por qué no había dinero en los libros?

El papá sonrió y le respondió: "Hijo mío ¿quieres suficiente dinero para comprar dulces?"
Augusto respondió: "Por supuesto, papá."

El papá dijo: "Escúchame atentamente: lee tus libros y ve a clase. En los libros encontrarás tu recompensa. No te rindas."

"Pero padre, leer es difícil ¡Los libros son aburridos!" respondió Augusto.

El papá de Augusto estuvo callado por un tiempo, pensando cómo animar a su hijo.

Luego le dijo: "Leamos juntos. Yo te ayudaré a encontrar la riqueza en los libros."